Derechos digitales, creatividad, Piñera y Cruz-Coke

jueves, 25 de febrero de 2010


Por Jorge Román

¿Sabía usted que una parte importante de la biblioteca para ciegos de Providencia es ilegal? También lo es fotocopiar un libro que usted ha comprado, pasar a mp3 las canciones de un disco original comprado de su bolsillo e incluso puede ser ilegal mostrar una imagen, texto, diálogo o letra de canción incluso si se cita el nombre del autor y el lugar de donde extrajo el documento. Así se destaca en el sitio web de Derechos Digitales softwarelibre.cl. La cosa no ha hecho más que empeorar con el tiempo, al punto que, con el actual proyecto de ley de propiedad intelecual, una buena parte de los chilenos podría ser considerado un delincuente.

Este es el país que Piñera presidirá a partir del 11 de marzo. Y, aunque el tema está candente y en España ha generado una auténtica contraofensiva de los defensores del software libre, ni el presidente electo ni su ex contendor, el derrotado Eduardo Frei, se pronunciaron abiertamente al respecto.

Por el momento, deberíamos respirar tranquilos: en Chile usted no paga un impuesto adicional por los CDs y DVDs vírgenes, el papel, las impresoras, los grabadores de CD/DVD y las memorias USB, lo que ha incrementado en cientos de millones de euros los fondos de las sociedades que, supuestamente, defienden el derecho de autor. Según estas entidades, el dinero recaudado se reparte entre los autores defendidos por las sociedades dependiendo del "grado de importancia" del autor. No se hace distinción especial entre los productos, por lo que un escritor podría recibir, por rebote, el impuesto por la compra de un reproductor de mp3.

La medida, que sin duda debe estar haciéndole agua la boca a la Sociedad Chilena de Derecho de Autor, aún no se ha aprobado en Chile, pero no sería extraño que esto ocurriera en un futuro cercano.

Los cuestionamientos que esta situación genera son conocidos y no ahondaré en ellos. Lo que sí me interesa mostrar es que estas medidas, además de regalar dinero a ciertas entidades por no hacer nada y ser propias de regímenes totalitarios, sino que además pueden significar un retroceso en la creación artística y la divulgación científica, política y filosófica.

En una interesante nota sobre Creative Commons publicada en el diario El Mundo de España hace ya varios años, se mencionaba que, de existir las actuales normas de derecho de autor en el siglo XVII, probablemente Shakespeare no habría podido escribir Otelo, ya que se basaba en el cuento de un autor poco conocido que había muerto más de 30 años antes del estreno del drama. Asimismo, los juglares y bardos medievales, que permitieron la conservación de mitos y leyendas a través de la tradición oral durante más de mil años de analfabetismo crónico podrían haber sido considerados "piratas" por esta ley, no sólo porque reproducían una obra ajena, sino también porque la modificaban y la adornaban a su manera cada vez que la interpretaban. Me pregunto si la SGAE habría conseguido aplicar un impuesto de unas cuantas monedas de oro a la compra de laúdes.

El asunto es aún más grave si se discute el tema de la ley de propiedad intelectual referida a las publicaciones científicas y filosóficas. Uno de los pilares fundamentales del desarrollo de las ciencias y las humanidades ha sido la comunicación de los académicos, la facultad de trabajar sobre los resultados de otros investigadores, confirmando, profundizando, ampliando o criticando sus conclusiones. El conocimiento necesita de una interacción libre, espontánea y sin trabas para poder desarrollarse. ¿Se imagina usted a un psicólogo que, por escribir un documento de divulgación científica sobre un nuevo tratamiento para la depresión, deba pagarle derechos de autor a todos los psiquiatras, químicos, terapeutas, universidades y otras entidades que han escrito los papers y libros que citó en su nuevo tratamiento? Esto es teóricamente posible con leyes de propiedad intelectual tan restrictivas como las que quieren aprobarse en Chile. Aunque resulta difícil que todo el peso de esta ley se imponga en las comunidades académicas, no deja de resultar escalofriante que podría llegar a hacerse.

La creación artística se sitúa en un punto similar: no existe nada nuevo, nada totalmente original en el arte. Todo lo que se crea deriva de algo existente, es una mezcla de lo ya conocido con lo nuevo. La música clásica es madre del rock, que es padre del heavy metal, que el padre del rock sinfónico, que le rinde tributo a la música clásica. Borges decía que sólo existen cuatro historias y que lo único que hacemos es narrarlas de formas distintas, transformarlas y actualizarlas. No existe ninguna obra totalmente original y desvinculada de las demás. Por eso, penalizar las citas, las parodias, las variaciones sobre una obra no sólo es absurdo, sino además un verdadero atentado a la creatividad.

Me pregunto qué ocurrirá con esta situación en Chile durante el gobierno de Sebastián Piñera, sobre todo teniendo en cuenta que su ministro de cultura, Luciano Cruz-Coke, fue protagonista de la película Se arrienda, de Alberto Fuguet, película que está siendo distribuida gratuitamente con una licencia de Creative Commons. Sólo el tiempo dirá si Cruz-Coke defiende la creación libre o si cede a las presiones de la industria cultural, que parece empeñada en convertirse en el eterno mediador entre el autor y el consumidor de cultura.

P.D.: La imagen de cabecera fue extraída del sitio web www.bulbo.tv.

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Me importa un pepino lo que te pasa

lunes, 22 de febrero de 2010


por Jorge Román

En la última edición impresa de The Clinic aparece un interesante artículo construido en base a entrevistas a las esposas de oficiales de las Fuerzas Armadas que participaron en abusos a los Derechos Humanos durante la dictadura. Se trata de capitanes, mayores y otros oficiales de alta graduación que fueron condenados a algunos años de prisión (más de 5 pero menos de 10) por hechos demostrados de secuestro, tortura y/o asesinato.

El artículo intenta ponernos en los zapatos de mujeres desesperadas, que intentan convivir con la realidad de tener a sus maridos privados de libertad. Nos hablan del dolor de su familia, la vergüenza que viven en su entorno y los grupos de apoyo a los que asisten, donde son apoyadas por algunos guías espirituales como el padre Raúl Hasbún. Pero, en ningún momento, estas mujeres hacen el más mínimo intento por pensar en lo que han sufrido las víctimas de sus maridos.

Un día en que estaba con mi novia comprando unas tonterías en un HomeCenter, la cajera le avisó a la mujer que estaba tras nosotros que por favor no dejara ponerse a nadie más en la fila, ya que iba a cerrar la caja: puso un letrero de "Caja cerrada" y siguió atendiendo. Unos minutos más tarde, había otro montón de clientes en la fila. Mi novia les avisó que la caja estaba cerrada y que atendería sólo hasta la mujer tras nuestro. Una educada señora con un carro repleto dijo que no pensaba moverse, ya que era tarde y tenía que irse a su casa, a lo que mi novia respondió "la cajera también quiere irse a su casa, pero ella lleva 8 horas acá, trabajando". Nadie de la fila se movió. Al final, la cajera tuvo que ser reemplazada por una compañera para que ella pudiera irse, quizás con cuanto tiempo extra en su horario.

Hago memoria también a la bullada celebración por el triunfo de Piñera, el 17 de enero, cuando los manifestantes, enardecidos por una bandera del Che en un edificio, se pusieron a gritar "comunistas maricones, les matamos los parientes por huevones".

Con estos ejemplos trato de apuntar al mismo punto: no sé si será por ignorancia, por fanatismo o simplemente por una absoluta falta de capacidad empática, hay una buena parte de los chilenos que son incapaces de pensar en lo que sufre el otro. Y, sin embargo, nos exigen a nosotros entenderlos a ellos, porque sólo ellos han sufrido.

¿Qué extraño mal aqueja al espíritu de la gente? ¿Por qué el empresario y el ministro de economía no pueden entender lo que significa recibir un sueldo líquido de $130.000 mensuales y se supone que con eso debemos mantener a una familia? ¿Por qué el ladrón de casas de Puente Alto no puede entender que la gente a la que le roba el televisor tiene un trabajo tan miserable como el de sus padres? ¿Por qué el micrero se niega a detenerse en los paraderos si la gente también quiere llegar luego a sus casas? ¿Por qué la esposa de un asesino es incapaz de pensar en la familia del asesinado pero exige que la entiendan a ella?

A veces me da la impresión de que la gente es como un niño, egocéntrico, egoísta, para quien lo único que importa son sus deseos y su sufrimiento, y exige que todo el mundo gire en torno a él. Es incapaz de valorar el sufrimiento ajeno, el trabajo de los demás, y está seguro de que el mundo existe sólo para satisfacerlo a él. Por eso, cuando el mundo se da vuelta y la justicia se le aplica a él, se siente vulnerado, furioso, incapaz de comprender la sentencia. Su cabeza está llena de justificaciones, pero cada vez que se las explica al juez suenan absurdas, abusivas, vacuas. "Ya he sufrido lo suficiente", "se merecía lo que le hice", "ya no soportaba sus gritos", "es que era un delincuente".

A veces me da la impresión que gran parte de los males de este mundo se podrían solucionar si tuviésemos un poco más de información y mucha más empatía. Con empatía, el joven entendería que el viejo necesita un asiento y se lo daría; el jefe entendería que sus empleados tienen muy poco tiempo para estar con su familia y buscaría métodos para hacer más eficiente el tiempo de trabajo y reducir las horas en la oficina; la señora entendería que la jovencita en la fila también quiere acabar luego con su trámite y respetaría la fila; los padres entenderían que la gente quiere ver la película tranquila y sacaría a sus niños gritones de la sala; los presidentes entenderían que la mayor parte de la población vive en un mundo miserable, donde no tienen voz para que escuchen sus problemas de fondo y haría algo por solucionarlos de una vez por todas.

En un mundo con más empatía se escucharía menos a los que tienen poder y más a los que sufren.

Pero claro, no vivimos en un mundo con empatía. Vivimos en un mundo donde la mujer que aborta es una asesina, no una adolescente desesperada a la que la han dado la espalda su pareja, su familia y la salud pública, y el único que le abre las puertas es un matasanos con unos palillos de tejer. Vivimos en un mundo donde la persona el hombre que se retira apenas termina su horario de trabajo es un flojo, no un padre de familia al que le espera una hora de viaje para poder estar un ratito con sus hijos y su mujer. Vivimos en un mundo donde el vendedor de drogas es un criminal, no alguien sin educación, sin oportunidades, a quien le hacen optar entre un trabajo mal pagado de 9 horas diarias y un trabajo ilegal de horario flexible que le permite ganar en un día lo que muchos otros ganan en un mes.

Vivimos en un mundo donde nadie quiere, o simplemente nadie puede, ver más allá de la caricatura que otros nos construyeron.

Por eso los llamo a detenerse un poco antes de pasar a llevar a alguien. Que reflexionemos antes de condenar el comportamiento del desconocido a nuestro lado, que nos salgamos de los juicios construidos por nuestros cercanos y la televisión y pensemos que los delincuentes, los terroristas, los ladrones de supermercado, los flojos, los basureros, los cajeros, los mendigos, los vendedores ambulantes. Todos ellos son seres humanos como nosotros, y quizás, ante circunstancias similares, nosotros actuaríamos igual.

No se trata de cambiar el mundo, sino apenas cambiar el pequeño mundo que nos rodea, hacerlos más amable, más humano. Más empático.

P.D.: la imagen de cabecera es de Gable y Jenkins, quienes trabajan en The Globe and Mail.

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Reflexiones sobre el fin de la Transición

lunes, 1 de febrero de 2010


Por Gino Stock

Quisiera partir diciendo que no creo que la transición se haya terminado. Y después quisiera seguir por preguntarme, ¿qué es la transición?

Y ahora, intentaré responder la pregunta de forma que explique mi primera afirmación.

La transición, como la entienden muchos, era el periodo de adaptación entre el régimen dictatorial y uno democrático. Esta supuesta adaptación implicó las ya conocidas leyes de amarre, la política de los consensos, el miedo oculto como un mal enfocado respeto y olvido, e inmunidad. Impunidad. Y por sobre todo, implico que no se cambiaran las grandes estructuras macroeconómicas, sosteniendo esto en una inmovilidad política basada en el sistema binominal.

Dícese de Chile un país presidencialista. Pues ciertamente siempre que queremos cambios, ni siquiera radicales, sino más bien prudentes o sensatos, como una farmacia estatal frente al caso de la famosa colusión, nos encontramos con la muralla de las leyes. La muralla del Congreso y el binominal. En este caso puntual, la ley que hacía inconstitucional el tema es aquella que apela a que el Estado no puede emprender negocio en sector alguno, a menos que ningún privado quiera hacerse cargo de él. Las únicas excepciones son las pocas empresas estatales que han sobrevivido a la privatización y son previas a esta ley. Pero ese es otro tema.

El caso es que no somos presidencialistas, es simplemente un voladero de luces que nos ayuda a pensar que hay cambios cuando se escoge un nuevo presidente. Y claro, es innegable que los hay, pero no estamos hablando de los mismos cambios. Pueden cambiar las personas que roban, cambiar las personas que mandan al extranjero o a quienes regalan puestos con sueldos absurdos.

Cambia el lado en que la fuerza empuja la muralla. Pero la muralla sigue ahí.

La dictadura era un títere, siempre lo fue, de quienes tenían dinero y hoy tienen más dinero aún. La adaptación de un régimen dictatorial a uno democrático finalmente fue, en forma simple, cambiar el títere de mano.

Siempre hemos estado en transición. Adaptándonos de una forma a otra de ser explotados. De ser abusados, antes por las armas, ahora por las tarjetas de crédito y las usuras. Y no hay formas más crueles que otras, si todas terminan en el miedo.

Ese es el punto final. La misma indignación que nos debe dar la desaparición forzada de personas, es la que nos debe dar el que un anciano tenga que vivir con 70 mil pesos mensuales, o que gente que ahorró para tener sus casas tengan que ver cómo se les llueven y se les terminan viniendo abajo.

Todos son derechos humanos, todo es grave, una muerte maldita, o una vida maldita. Y eso es lo que está escrito en la muralla, en nuestra muralla, que aún no hemos podido derribar.

Por eso, para mí, mientras no empecemos a tener más claro cual es el verdadero objetivo, mientras aún no seamos capaces de mirar de frente esa muralla, mientras aún no intentemos realmente tener, más que una democracia (un nombre que hoy se regala a cualquier cosa), un gobierno realmente representativo, la transición nunca habrá terminado.

P.D.: La tira cómica de cabecera es un clásico de Mafalda, del argentino Joaquín Salvador Lavado (Quino)

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